Las personas adultas solemos tener muy en cuenta nuestras
propias reflexiones sobre nuestros aprendizajes y el modo en que estos se han
producido. Es habitual escuchar frases acerca de la metodología seguida, los
recursos utilizados, los objetivos que se persiguen,… También es común en adultos
plantearse ciertos retos o expectativas de cara al futuro y un cierto interés
en demostrar aquello de lo que somos capaces. Todo ello es una parte
fundamental del proceso. Sin embargo, esto que es tan obvio, en ocasiones, no
lo ponemos en práctica con nuestros alumnos. Olvidamos que somos nosotros los
que tenemos que enseñarles a hacerlo y que para ello tenemos que dotarles de
los instrumentos adecuados.
Conseguir que nuestros alumnos dediquen una parte de su
tiempo a analizar como han aprendido algo, que detecten sus puntos fuertes y
sus debilidades es una garantía de éxito para ellos en su futuro. Ser
conscientes de sus puntos fuertes mejorará su autoestima y les hará más seguros
de si mismos. Darse cuenta de en que deben mejorar formará su espíritu crítico
y sus ansias por mejorar.
Todo lo anterior constituirá los cimientos necesarios para
poder plantearse nuevos retos. Cuando es uno mismo el que se los plantea, las
posibilidades de éxito se multiplican. En primer lugar porque
no es algo impuesto y en segundo lugar porque siempre lo vas a tener presente.
Es muy habitual que nuestros alumnos no sepan lo que se espera de ellos.
Por último, la proyección de todo ese proceso, además de
facilitar futuras reflexiones y planteamiento de nuevos retos en el futuro,
dará un sentido mucho más profundo al proceso. Esa estructuración del proceso
contribuye a una mejor estructuración de las ideas en el propio alumno y da
sentido a todos nuestros esfuerzos.
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